Me permito hacer un apunte muy incompleto sobre el interesante y veterano debate de si en el binomio capital-trabajo es prioritario uno u otro, sin olvidar en esta cuestión el pensamiento social cristiano. Por razones diversas, es una cuestión que suele salir en los ambientes en los que me muevo, y creo que llega la hora de dejar mi opinión por escrito.
Explicación previa
Con todo, subrayo conscientemente lo dicho de «apunte» y lo de «incompleto», porque hay varios aspectos de ese debate que no voy a tratar aquí y que voy a dar por supuestos en el conocimiento del lector (o en la posibilidad, bastante sencilla, de conseguir ese conocimiento a través de diversas fuentes en internet). Los expongo con brevedad y sabiendo que quizá el lector o lectora quiera saltarse su lectura:
- Por una parte, no voy a entrar en qué se entiende por capital y qué por trabajo. En principio son términos no complejos de entender, aunque en los últimos lustros ambos conceptos han ido adquiriendo sentidos diversos, al menos parcialmente, a los que tuvieron cuando se explicaron en el siglo XIX.
- Tampoco voy a desarrollar la historia de este debate sobre cual es prioritario. Se suele entender que el asunto nace con la reflexión marxista. Pero, aunque es cierto que fue Marx quien trajo al primer plano esta realidad (quien quiera ver uno de los textos claves de Marx sobre este asunto puede verlo, por ejemplo, en este artículo de 1849), se suele olvidar, por un lado, que el planteamiento marxista del papel del capital y del trabajo es consecuencia de otros aspectos de su reflexión -por lo que no puede juzgarse aisladamente este asunto en el pensamiento de Marx y sus seguidores- y, por otro, que, en realidad, el debate ha existido a lo largo de los siglos y en muchos pensadores, aunque, por supuesto, no siempre con esos términos de «capital» y «trabajo».
- También dejaré fuera de este artículo el explicar que dicho debate no es una cuestión meramente teórica o retórica, sino que tiene implicaciones prácticas para el día a día de cada uno de nosotros y de todos como conjunto social. Que se considere prioritario al capital o al trabajo para el desarrollo personal y social, tiene consecuencias sobre cómo se define la retribución del trabajo (el salario), sobre qué se considera (y qué no) crecimiento social, sobre qué se entiende por trabajo digno, sobre qué fuerza social se da a la atención y el cuidado de los necesitados y los excluidos tanto del propio país como del mundo en general, y, en fin, sobre la organización de todos los muchos otros elementos de la producción y el reparto de todos los tipos de bienes que necesitamos no sólo para vivir sino para desarrollarnos como personas y seres humanos plenos.
- Otro punto que no desarrollaré es el de que en la época de la revolución industrial sí podía decirse que tal persona era, sin más, un capitalista y tal otra era, también sin más, un obrero o una obrera. Pero desde hace ya tiempo tal distinción se ha hecho más compleja. No puede compararse a alguien que tiene una empresa con determinados puestos de trabajo con quien dedica su capital a una economía puramente financiera y especulativa. No puede compararse al empresario (me niego a usar ese interesado término actual de «emprendedor») que posee medios de producción y los usa intentando mantener una responsabilidad social y ecológica con quien, aun siendo también productivo, lo es a base de deslocalizar su empresa y aprovecharse de la brutal pobreza de lo que, bien o mal, llamamos Tercer Mundo. Y, en el lado contrario, tampoco es fácil comparar a un trabajador (como antes, también aquí me niego a eso de «capital humano») de, pongamos, Francia o España con uno o una de Sudán o India. Igual que requeriría bastantes matices el explicar en qué sentido se identifican como trabajadores un funcionario, un pequeño autónomo, un becario, un creador intelectual o artístico o un investigador científico, alguien con contrato indefinido y alguien con contrato basura (y eso sin hablar de un parado o parada)… Y los ejemplos de cómo se ha complicado la distinción simple entre «capitalistas» y «obreros» podían seguir.
- Por último, aunque no menos importante, tampoco me detendré aquí en algo que no pocas veces suele olvidarse en esta cuestión. El que siempre -aunque más actualmente- el capital y el trabajo no son conceptos «puros». Aun distinguiéndose, ambos se implican; en el fondo, y como ya entendieron los pensadores hace muchos siglos, el «capital» tiene que «trabajar» para incrementar ese capital. Y, por su parte, el «trabajo» se realiza para conseguir «capital» que permita seguir viviendo y, así, trabajando.
¿Capital o trabajo?
Dejando todo eso aparte y dándolo por supuesto -y sí, sé que es mucho lo que dejo fuera- me limito a centrarme en la pregunta de si, a la hora de organizarnos socialmente, debe considerarse prioritario al capital o al trabajo.
Si buscamos la respuesta en la Doctrina Social de la Iglesia (que se supone que corresponde al mensaje de la Buena Noticia de Jesús), la opción es clara: es prioritario el trabajo, pues es superior a cualquier otro factor de producción, incluido el capital, que se considera un instrumento en la producción, pero no la causa primaria de la misma, que es el trabajo (aunque, a la vez, ambos con complementarios). Es más, el pensamiento social cristiano defiende que el trabajo debe participar, de alguna forma, en el capital, a través de formas de propiedad o gestión de los medios de producción. Esta visión cristiana -y con la que puede coinciderse o no más allá de las propias creencias- pienso que es sobradamente conocida. Puede verse ampliamente descrita en el cap. 6.III del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.
Desde un punto de vista antropológico, también parece que la respuesta debe ir en la línea de la prioridad del trabajo. A fin de cuentas, el ser humano ha sido capaz -y, en algunos lugares, aún lo es- de subsistir contando sólo con la fuerza de su trabajo y sin que nadie del colectivo sea el poseedor de los medios de producción, pues en este tipo de economía son de posesión compartida, como lo son -salvando las distancias- en una cooperativa o en otras formas actuales de economía social.
Y, en fin, desde una reflexión filosófica sobre cómo organizar la producción de bienes en una sociedad, también parece que hay que afirmar que el trabajo debe considerarse por encima del capital, aunque sólo sea al caer en la cuenta de que no es posible que todos los miembros de esa sociedad sean «capitalistas» y poseedores de los medios que permiten producir bienes, pero, en cambio, es claro que todo ser humano es capaz de trabajar, tiene capacidad para ejercer lo que, desde el marximo, llamamos su «fuerza de trabajo». (Como curiosidad, léase desde esta óptica cómo se organiza el trabajo -también intelectual- y las capacidades de cada quien, en «Utopía» de Tomás Moro: puede descargarse en ePub y traducción de Guillermo Rovirosa desde aquí).
Por lo dicho, creo que no hace falta decir que mi opinión personal es la de que, efectivamente, la pregunta sobre si la prioridad ha de darse al trabajo o al capital de he responderla diciendo que, sin duda, ha de darse al trabajo.
- Otra cosa es -y éste es otro punto en el que tampoco quiero alargarme aquí- cómo se organiza esa prioridad desde el poder legislativo y ejecutivo. Para el pensamiento que, sin mayores precisiones, podemos llamar liberalismo, se apoya al trabajo favoreciwendo al capital. Suena paradójico, pero el liberalismo rompe esa paradoja diciendo -y llevando a la práctica- que en la medida en que crezca el capital se crearán puestos de trabajo, se mejorarán las condiciones laborales y se aumentará el nivel de vida de los trabajadores. Lo que permitáun mayor consumo y, así, la necesidad de mayor inversión y enriquecimiento del capital, etc. Personalmente no estoy de acuerdo con esta visión del sistema económico, que creo que hace aguas en varios puntos. Pero, como digo, no es cosa de desarrollarlo ahora, aunque sí de dejar anotado que este debate existe y que, se esté de acuerdo o no con el pensamiento liberal, hay que reconocerle que es razonado (lo que no forzosamente significa que tenga razón).
Pero dicho eso, tengo que decir inmediatamente que si todo se cierra diciendo que el trabajo debe estar por encima del capital, pienso que el debate se cierra en falso y de forma radicalmente incompleta. Y es que, repito que en mi forma de ver el asunto (mi forma y creo que la de muchos otros, de quienes la aprendí) al dilema entre capital y trabajo le falta un elemento: los pobres.
Capital y trabajo en un mundo profundamente desigual
Algo que no debe olvidarse al analizar cualquier asunto -en este caso, la relación entre capital y trabajo- es que ese análisis, por objetivo que se pretenda, va a ser siempre subjetivo. Leer la realidad (lo que, en el ámbito cristiano, sería el «ver» del estilo de Revisión de Vida) supone siempre un posicionarse en esa realidad, un verla desde determinado ángulo y, así, no verla desde otros. Miro lo que pasa aquí, ahora, y con éstos. E intento mirarlo con la máxima objetividad posible. Pero sin olvidar que esa objetividad queda mediatizada por quién soy, por mi historia pasada y presente (y por mis proyectos de futuro), por qué considero esencial y qué accesorio en el mundo de los valores y las ideologías, etc. El Principio de Incertidumbre (o Relación de Incertidumbre) de Heisenberg no se aplica sólo a la mecánica cuántica, sino que tiene su traslación a todo análisis de la realidad, como, por otra parte, han planteado varios filósofos a lo largo de los siglos.
Sentado ese principio (al menos para mí lo es), creo que se desenfoca el debate entre capital y trabajo si no se le añade como tercer elemento -o, quizá mejor, como sustrato del mismo- que ese capital y ese trabajo se mueven en un mundo tan profundamente desigual como el nuestro. No creo que haga falta desarrollar aquí esa desigualdad, ni mucho menos demostrarla. Nuestro mundo es profundamente injusto, injusto hasta la sangre -literal- de millones y millones de seres humanos, injusto hasta dividir a la humanidad en una minoría que mejor o peor podemos vivir sin preguntarnos si mañana estaremos vivos y una enorme mayoría sumida en la pobreza de todo tipo y que sí que se hace esa pregunta dicha.
Ni cristiana ni humanamente me parece que pueda dejarse aparte esto cuando se habla sobre lo que estamos hablando del capital y el trabajo. Porque ni cristiana ni humanamente pienso que pueda enfocarse una realidad, la que sea, sin tener en cuenta a aquellos y aquellas a los que esa realidad les pone en juego su dignidad y, en muchos casos, su subsistencia. No creo que haya otra mirada posible al mundo que la de quien sabe, y apuesta por ello, que todo es según el dolor del cristal con que se mira[1].
Esa realidad creo que se debe reformular la cuestión de la prioridad de capital o trabajo. Porque se conteste en cualquiera de los dos sentidos, esa contestación no incluye en primer lugar qué supone eso para los excluidos.
Nótese que, por clarificar lo que estamos diciendo, es lo mismo que ocurre cuando se debate de si se tiene derecho a la propiedad privada o ésta no debería existir. Si se contesta de forma absoluta y radical que tal derecho no debe existir y que todo debería ser de propiedad comunitaria, queda en el aire el si los encargados de organizar esa colectividad no se convertirán en una nueva clase superior que, por serlo, generará desigualdad y pobreza. Y si, de forma igualmente absoluta y radical, se defiende por encima de todo el derecho a la propiedad privada, lo que queda flotando es qué hacer cuando esa propiedad se acumula de tal forma en unos pocos que muchos, aun teniendo derecho a poseer, se quedan de hecho sin poseer ni lo necesario. (Sobre el tema de la propiedad privada en el pensamiento cristiano, véase el cap. 4.III del ya citado Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia).
Lo mismo ocurre en la elección entre capital y trabajo. Si lo prioritario es sólo el capital, ¿qué ocurre si ese capital se dedica única y exclusivamente a disponer del trabajo que necesita para sí mismo aun en el caso de que eso deje fuera a muchos trabajadores «no necesarios» para ese capital? Y si lo prioritario es sólo el trabajo, ¿qué pasa cuando ese trabajador o trabajadora vive en unas condiciones tan injustas o indignas que no le permiten ejercitar adecuadamente su fuerza de trabajo, cosa que, a medio plazo, va a redundar en detrimento del capital y, por tanto, de los mismos trabajadores? Por supuesto que ambas opciones es un extremar las posiciones (de ahí ese subrayado del «sólo»), pero creo que se entiende por dónde va el discurrir. Y eso sí, se trata de un extremar que, tristemente, no es caricaturizar: al lector o lectora se le ocurrirán fácilmente ejemplos reales actuales de ambos problemas.
Por eso, y aunque ya dije que sí que creo que lo prioritario es el trabajo, tambien creo que en este asunto hay que meter un ueva realidad que, pienso, da la clave para la respuesta correcta: la solidaridad.
Lo prioritario entre el capital y el trabajo es la solidaridad
Afirmo -por supuesto, en diálogo con todos los que pueden aportar otras visiones- que el trabajo no es prioritario sobre el capital si ese trabajo no está marcado por la solidaridad.
Dicho más ampliamente, el trabajo tiene prioridad sobre el capital sólo y cuando ese trabajo incluye en su ejercicio y en sus planteamientos -y desde sus posibilidades- el poner por delante de todo la lucha por la justicia hacia aquellos y aquellas que, en cualquier forma, no pueden vivir de forma digna esa prioridad. Y esto aun sabiendo que, en no pocas ocasiones y dada la actual situación de la humanidad empobrecida (en el llamado Tercer Mundo, en el Cuarto, o en las situaciones de riesgo de pobreza) puede suponer una pérdida de algunas de las condiciones legítimas de ese trabajo: de salario, de tiempo de trabajo, o de lo que sea. Si el trabajo no incluye en su «fuerza» a quienes lo que tienen es «no-fuerza», me parece evidente e innecesario de explicar que ese trabajo ejerce una forma de injusticia equiparable a la que puede ejercer el capital: el trabajo que sólo piensa en «su» trabajo es tan alienante como el capital que sólo piensa en «su» capital.
- Como apunte al margen, me permito decir que, aunque personalmente coincido con buena parte de la visión marxista, creo que en este punto no fue especialmente lúcido. O, quizá, no supo tenerlo en cuenta en su época, dado que entonces la inmensa mayoría de los trabajadores eran pobres aun teniendo trabajo. En cualquier caso, es sabido que lo que nosotros llamamos hoy Cuarto Mundo no era especialmente valorado por la reflexión marxista, que veía en ese «lumpenproletariado» (una búsqueda en la red puede dar luz sobre este término marxista, también traducido a veces como «subproletariado») una subclase social que no se iba a sumar a la lucha.
Es igual de evidente, creo, para aquellos que piensan que es la prioridad del capital la que hace crecer a las sociedades. Aun en el caso de que tal cosa fuera cierta, un capital que no tuviera en cuenta no ya sólo a su propia fuerza de trabajo (los trabajadores) y sus stakeholders, sino también a quienes no son ni unos ni otros por vivir en la exclusión, sería un capital que, por supuesto, se enriquecería (lo vemos todos los días), pero también sería -es- un capital de «pan para hoy y hambre para mañana», pues el aumento de la pobreza -como reconoce el mismo capital- es un freno al crecimiento económico. Freno que, a la larga o a la corta, puede llegar a convertirse en parálisis total y, así, en destrucción del capital, como ya ha ocurrido en algunos cracs nacionales en el siglo pasado y en este. Sé que habría que explicar mejor todo esto, que remite a si la pobreza es un «accidente subsanable» del actual sistema económico -como defienden las doctrinas híper liberales imperantes-, o ese generar pobreza es un «elemento intrínseco» del sistema mismo, como defienden tantos economistas y todo lo que puede englobarse bajo el altermundialismo. En medio de ambas posturas estarían todos los asuntos de la Tercera Vía, la sociedad del bienestar, la socialdemocracia, el liberalismo «de rostro humano», etc. Pero esto ha de quedar para otro momento.
¿Prioridad del trabajo sobre el capital? Sí. Pero no de cualquier trabajo, sino de un trabajo atravesado en lo más íntimo por la solidaridad. El trabajo que se reviste insobornablemente de solidaridad es el único que puede considerarse prioritario al capital, pues es el único trabajo que responde verdaderamente a su sentido, que no es sólo ganarse el pan, sino también para atender al prójimo más pobre (como recuerda el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, citando a Basilio el Magno, en el párrafo 265).
Si no ocurre así, da lo mismo que esté por encima el trabajo o el capital. Porque si ambos no se ponen al servicio de quienes no tienen (porque han sido despojados) ni capital ni trabajo, da lo mismo quien este delante: ambos esclavizan y contribuyen a una cultura que asume la injusticia como algo inevitable.
[1] Siguiendo a Mario Benedetti y su paráfrasis de Campoamor. La frase literal es «todo es legítimo o es nulo todo / es según el dolor con que se mira». Pertenece al poema «Croquis para algún día», Mario BENEDETTI, La casa y el ladrillo (Madrid, Visor, 2001).