Mi Miastenia Gravis, mi Poäng, y un yogur

Si alguien piensa que es imposible que se relacionen en cuestión de segundos la Miastenia Gravis, Ikea, un yogur líquido, y una película que echaban en la tele, que siga leyendo. Bienvenidos a… ¡cuando la miastenia gravis te ataca con un Poäng!

Sábado 6 de diciembre. 22.30. Madrid, mi casa, el salón, para ser exactos. Cené hace rato y mi miastenia y yo nos Poang roto y miastenia gravis y un yogur 1hemos sentado en un sillón Poäng de Ikea (véase la foto, más fácil que decir esos nombres impronunciables) para ver un poco la tele mientras nos tomamos una taza de yogur líquido antes de ir despacito a acostarnos si es que las piernas responden.

El apacible escenario no revela la batalla que está a punto de librarse.

Y es que, de pronto y sin previo aviso, el venerable Poäng –digamos en su favor que tiene (bueno, tenía, snif) 10 años de duro trabajo dado lo poco apolíneo de mi barriga- empieza a crujir y chascarse con un ruido que no presagia nada bueno. Suena madera que se astilla y se quiebra. Empieza a desequilibrarse hacia atrás (sí, hacia atrás, no quiere tirarme de culo, quiere tirarme de espaldas, efecto imprevisto de cómo se rompe este símil de mecedora).

Y en una fracción de segundo, todo mi ser se pone valientemente en estado de alerta (bueno, todo mi ser no, los músculos de las piernas siguen diciendo que pasan de todo). Y mi agudísima mente de héroe de cómic comprende tres cosas:

  1. ¡Jesús tenía razón!: «Velad y orad porque no sabéis ni el día ni la hora en que vendrá el Hijo del Hombre», digooooo, perdón, no sabéis ni el día ni la hora en que un mueble de madera, por muy ikeano que sea, va a decir que le ha llegado el momento de devolver su serrín a la Madre Tierra.
  2. Esto se está cayendo pa’trás. MI postura final, si no me incorporo en un santiamén va a ser la de un astronauta en el momento del despegue mirando al cielo. Con la diferencia de que yo no miraré al cielo, sino al techo de mi casa (y volveré a pensar que un día de estos habría que repintar). Y con la otra diferencia de que yo no llevo escafandra, sino un tazón de yogur, lo que le quita épica al asunto, maldita sea.
  3. Pero no todo está perdido. Aunque el casi imparable drama está ocurriendo a la velocidad con que desaparecen las galletas de chocolate de los surtidos Cuétara, el Poäng no se está rompiendo de golpe y porrazo. Tengo uno o dos segundos para levantarme. Llega el momento de convertir esta historia vergonzosa en un relato magnífico que pueda contar orgullosamente a la posteridad sin que se me cachondee el personal. Sólo tengo que hacer algo taaaaaan sencillo como que me incorpore y me levante antes de que esto se vaya del todo al carajo. Si fuera una historieta de Spiderman, serían cuatro viñetas: dejar taza de yogur en mesa, poner pies en suelo, piernas elevan el cuerpo, quedo de pie mientras el sillón se desploma estrepitosa y fracasadamente vencido en su vil intento de asesinar al prota (la onomatopeya de ese ruido que la decida cada quien a su gusto).

Dicho y hecho. Bueno, corrijo, porque cualquiera que sepa de la miastenia ya habrá pensado que lo de “dicho” vale, pero que lo de “hecho” seguro que no.

Evalúo rápidamente la posibilidad de salvar también la taza de yogur, pero con frialdad profesional de buen scout de toda la vida de dios decido que está perdida, que lo primero es lo primero (useasé, yo), y que momentos críticos requieren decisiones críticas. Abandono la taza a su suerte y me centro en mi propia subsistencia (aunque, para ser exactos, la taza logró sobrevivir después de rodar un buen rato por los suelos; bueno, y el yogur prácticamente también logró no derramarse del todo: me cayó casi todo encima, asi que se salvó gacias a mí, ¡a mi!, ¡chúpate ésa, miastenia!; no, de eso no hay foto, no se hacen selfies con el pijama chorreando de yogur).

Llega la escena central. Mi cerebro ordena a mis músculos que, como un rayo, pongan los pies en el suelo (o eso, o lo que terminara en el suelo es mi cogote), y me impulsen suave pero decididamente hasta ponerme de pie, y dejen atrás en su caída libre al cada vez más destrozado Poäng.

Y en ese instante, en ese crítico instante, cuando ya parece que el Anillo Único va a ser vencido y burlado el poder del Señor de Los Ikeas, descubro que el Lado Oscuro de la Fuerza se ha confabulado una vez más contra este valeroso hobbit jedi. ¡Hay una alianza secreta e inesperada! La obsolescencia programada (por Ikea, por la madre naturaleza, por mi orondo físico, o por una conjunción astral de todo) se ha confabulado con mi miastenia gravis.

El resultado es que mientras Gollum-Poäng me arrastra en su caída, mis músculos miastenicosos dicen que tururú, que si la acetilcolina tal, que si las sinapsis cual, que si los anticuerpos lo otro, y que, en resumen, muy bonita la orden de ponerme de pie, pero que no hay fuerzas, que ya les gustaría hacerlo, pero que aquí falla algo, que no es por ná y que si hay que ir se va, pero que no va a ser hoy el caso, porque por una parte ya ves y por otra qué quieres que te diga, y que vas a terminar en el suelo con la misma certeza con la que una amiga mía dice en el coche allá por Medinaceli que sólo va a cerrar los ojos cinco minutitos y no despierta hasta Carabanchel (sí, el Alto, el de Manolito Gafotas).

Os ahorro los tristes detalles finales de la historia de este bravo y ya cansado guerrero que os escribe. No pienso autoflagelarme explicando qué se hace tirado en el suelo espatarrado hacia arriba, enredado en los restos de un Poang roto y miastenia gravis y un yogur 2Poäng (véase la foto de su cadáver), esperando a que la miastenia dé permiso para salir de ahí, y pensando si el yogur será bueno para el cuidado de la piel (si lo es la baba de caracol, di por supuesto que sí, aunque para otra vez mejor me lo aplico sin pijama y, además,  templadito y no recién sacado de la nevera). Como no me corría nadie (no, no me refiero a eso, malpensados/as, véanse acepciones 20 y 25 en el diccionario de la RAE, que sois unos incultos/as), esperé lo justo para poder levantarme tras unas cuantas filigranas propias de quienes nos cuesta levantarnos del suelo porque, tras decir años y años que pesábamos ochenta y cuatro kilos y medio, un día decidimos que ya había pasado mucho tiempo desde la última báscula, y resulto que pesábamos cien.

Eso sí, en la tele había empezado hace poco Million Dollar Baby. Vamos, que si de verdad quieres, puedes. Y que si la miastenia te da un puñetazo en los músculos voluntarios, más voluntario es el “músculo” de ponerle una sonrisa al asunto.

Seguiremos

Había escuchado ya la canción «Seguiremos», de Macaco.

Pero si, por ella misma, ya es un canto de esperanza y militancia, más aún en este vídeo en el que acompañan a Macaco los niños y niñas de la planta de Oncología Pediátrica del Hospital Sant Joan de Déu (Barcelona), y los profesionales y voluntarios que les acompañan en el centro.

Los sueños cambiaron el destino de los hombres y de las naciones.

Di si, seguiremos.
Si dicen perdido, yo digo buscando.
Si dicen no llegas, de puntillas alcanzamos.
Y sí, seguiremos.
Si dicen caíste. yo digo me levanto.
Si dicen dormidos, mejor soñando.

Entre unos y otros ahí estás tú.
Somos los mismos, somos distintos,
pero nos llaman multitud.
Perdonen que no me levante
cuando digan de frente y al paso.
No somos tropas, no somos soldados,
mejor gotas sobre olas flotando.

Y si, seguiremos.
Si dicen perdido, yo digo buscando.
Si dicen no llegas, de puntillas alcanzamos.
Y sí, seguiremos.
Si dicen caíste. yo digo me levanto.
Si dicen dormidos, mejor soñando.

Perdonen que no me aclare
en medio de este mar enturbiado.
Nos hicieron agua trasparente,
no me ensucien mas,
yo ya me he manchado.
Y es que hay una gran diferencia
entre pensar y soñar.
Yo soy de lo segundo,
en cada segundo vuelvo a empezar.

Y si, seguiremos.
Si dicen perdido, yo digo buscando.
Si dicen no llegas, de puntillas alcanzamos.
Y sí, seguiremos.
Si dicen caíste. yo digo me levanto.
Si dicen dormidos, mejor soñando.

Hoy sabemos que lo importante es soñar,
liberar nuestro inconsciente,
el filtro de censura del pensamiento.
Creemos que al soñar
perdemos un tercio de nuestra vida,
y nos equivocamos.

Y si, seguiremos.
Si dicen perdido, yo digo buscando.
Si dicen no llegas, de puntillas alcanzamos.
Y sí, seguiremos.
Si dicen caíste. yo digo me levanto.
Si dicen dormidos, mejor soñando.
Si dicen caíste, yo digo me levanto.
Si dicen dormidos, mejor soñando.

Hoy sabemos que lo importante es soñar.

Hoy he tenido una mala (o no) mañana

Ayer fue el funeral de mi padre (el segundo, el que hicimos en la parroquia de su barrio). Y, en cuanto se acabó todo y se despidieron los amigos y se pasó el acelerón, todo volvió a ser negro, y el dragón volvió a mirarme fijo y a impedirme casi hasta respirar poniéndome la pata encima (los que sepan de depresión entenderán lo que quiero decir; los que no, no sabría explicárselo; y, en cualquier caso, nunca sé si escribo para mí o para otros).

Esta mañana, cuando me desperté, en Madrid estaba nevando. Y entonces supe que –entre el temblor y la nada- quería y podía hacer lo que tantas veces he querido y podido hacer: coger el coche e irme a la sierra, a Guadarrama, a “la montaña”. Y hacer las carreteras de siempre: entrar por Villalba, subir hasta el puerto de Navacerrada, seguir al de Cotos, bajar hasta Rascafría y subir al puerto de la Morcuera, para bajar a Miraflores y regresar a Madrid (ahora toca pedir disculpas a los que no conozcan Guadarrama).

Eran las 7 cuando me he metido en el coche. He puesto la radio. En el Carrefour de Las Rozas he parado a desayunar y, de paso, a comprar cadenas (no es que fueran a hacer falta, pero tarde o temprano tenía que comprarlas). Y, comprándolas, he visto un CD de “Celtas Cortos” recogiendo un directo suyo en Valladolid (“Nos vemos en los bares”, del 97). Ya tenía casi todas las canciones, pero siempre están bien los directos, y, además, yo a Celtas le paso lo que sea.

No he sabido bien por qué lo compraba. Y ese no saber por qué ya me tenía que haber dicho que la magia estaba haciendo una de sus jugadas. Pero eso lo he descubierto más tarde.

He llegado a la altura de “La Fonda Real”. Ese restaurante es la última salida que hizo mi padre, estas navidades pasadas, conmigo, mi hermano, mi cuñada y mi sobrina. Y es bastantes más cosas. Y, entre ellas, para mí es el lugar donde empieza la subida al puerto de Navacerrada, donde ya me siento en la montaña. He parado. Y, sin pensarlo, he puesto el CD de Celtas.

Y he arrancado. Y he empezado a subir. Y entrado en la montaña, en mi vieja Guadarrama. Y la primera canción del CD era esta (y ahora toca pedir disculpas a los que no sean capaces de poner música a estas letras):

Nacimos hace unos años en Pucela capital,
nos llamamos Celtas Cortos y empezamos a tocar.
Comenzó con mucho esfuerzo, siguió a base de currar,
si no acaba con nosotros daremos mucho que hablar.
Juntamos algún dinero pa vivir con dignidad,
nunca nos fueron los lujos, somos gente muy normal.
Conocemos mucha peña día y noche, sin parar;
entre tanto, algún amigo se nos ha quedao pa tras.
Y hasta hoy hemos llegado con ganas de luchar,
con ganas de ser mejores y cambiar la realidad.
Mantenemos ilusiones que no nos podrán parar,
los amigos, los amores, las ganas de disfrutar.
Seguiremos insistiendo en que el mundo hay que cambiar,
si siguen así las cosas la Tierra va a reventar.
Seguiremos haciendo amigos, enemigos siempre habrá;
para todos hay un sitio: el concierto va a empezar.

No. No nos podrán parar:
somos Celtas Cortos con ganas de luchar.
No. No nos podrán parar:
respirar es igual que tocar.
No. No nos podrán parar:
no solemos mirar hacia atrás.
No. No nos podrán parar:
vuestra fuerza nos hará caminar.

Y vinieron las lágrimas, claro. Y seguí camino, y paré un rato a tirar alguna foto aquí y allá. Y el CD siguió sonando. Y en el camino entre el puerto de Navacerrada y el de Cotos, con Castilla a mi izquierda tras el vértido de Valsaín, las laderas despeñadas de Bola a mi derecha, y enfrente la cima preñada de Dos Hermanas y el picachón de Peñalara, llegó otra canción:

20 de abril del 90.
Hola chata, ¿como estás?
¿Te sorprende que te escriba?
Tanto tiempo es normal.
Pues es que estaba aquí solo,
me había puesto a recordar,
me entro la melancolía,
y te tenia que hablar.

¿Recuerdas aquella noche en la cabaña del Turmo?
Las risas que nos hacíamos antes todos juntos.
Hoy no queda casi nadie de los de antes.
Y los que hay han cambiado, han cambiado… ¡Sí!

Pero bueno, ¿tu que tal? di.
Lo mismo hasta tienes críos.
¿Que tal te va con el tío ese?
Espero sea divertido.
Yo, la verdad, como siempre,
sigo currando en lo mismo,
la música no me cansa,
pero me encuentro vacío.

¿Recuerdas aquella noche en la cabaña del Turmo?
Las risas que nos hacíamos antes todos juntos.
Hoy no queda casi nadie de los de antes.
Y los que hay han cambiado, han cambiado… ¡Sí!

Bueno, pues ya me despido,
si te mola me contestas,
espero que mis palabras,
desordenen tu conciencia.
Pues nada chica, lo dicho:
hasta pronto si nos vemos.
yo sigo con mis canciones,
y tú sigues con tus sueños.

¿Recuerdas aquella noche en la cabaña del Turmo?
Las risas que nos hacíamos antes todos juntos.
Hoy no queda casi nadie de los de antes.
Y los que hay han cambiado, han cambiado… ¡Sí!

Y tuve que parar. Y seguir sin entender nada. En menos de cinco años perdí, primero, a mi madre, y luego, a mi padre. Y también la salud.

Y quizá sea el dragón o quizá sea la realidad (¿el dragón no es real?), quién sabe, pero en ese tiempo pareciera (¿u ocurrió?) que perdí  a (casi) todos mis amigos y buena parte de mis sueños (podíamos haber sido felices, pero se quedó sólo en quererlo). Malos tiempos estos.

Y bajando hacia Rascafría (y, como en todos estos lugares, viendo en cada lugar y cada ráfaga de aire cien fantasmas, cien presencias, cien pudieron ser que uno u otros no quisieron que fueran), sonaba “Hacha de guerra”, que no tiene letra, pero que quien la conozca entenderá por qué me volvió a llenar de lágrimas.

Subí la Morcuera, rodeado de la nieve en medio del bosque. Y, casi al final, tras esos estremecedores llanos de la Morcuera, blancos y crudos, y jjusto tras coronar el puerto, cuando el morro del coche empezó a apuntar hacia abajo y los ojos se me preparaban para contemplar –allá al fondo, abajo- la llanada, apareció la niebla.

Apareció la niebla de golpe, cubriendo toda la ladera sur de Morcuera. No se veía nada. Frenar rápido, bajar la velocidad, rodar recordando las traicioneras curvas de este puerto. Y, de pronto, el CD que continúa diciendo lo que quiere decir:

A veces llega un momento en que
te haces viejo de repente,
sin arrugas en la frente
pero con ganas de morir.
Paseando por las calles
todo tiene igual color.
Siento que algo hecho en falta,
no se si será el amor.

Me despierto por la noches
entre una gran confusión,
es tal la melancolía
que está acabando conmigo.
Siento que me vuelvo loco
y me sumerjo en el alcohol,
las estrellas por la noche
han perdido su esplendor.

A veces llega un momento en que
te haces viejo de repente,
sin arrugas en la frente
pero con ganas de morir.
Paseando por las calles
todo tiene igual color.
Siento que algo hecho en falta,
no se si será el amor.

He buscado en los desiertos
de la tierra del dolor,
y no he hallado más respuesta
que espejismos de ilusión;
he hablado con las montañas
de la desesperación,
y su respuesta era sólo
el eco sordo de mi voz.

A veces llega un momento en que
te haces viejo de repente,
sin arrugas en la frente
pero con ganas de morir.
Paseando por las calles
todo tiene igual color.
Siento que algo hecho en falta,
no se si será el amor.

Lágrimas. Más lágrimas. No hay quién escriba sobre las lágrimas. Por eso sólo las digo y vale.

Ya de vuelta a Madrid, pasado Soto del Real, ha sonado la última canción del CD: “Cuéntame un cuento, y verás que contento me voy a la cama y tengo lindos sueños”. El cielo era menos gris, y en algunos puntos como que quería salir el sol. Cuéntame un cuento.

Hoy he tenido una mala mañana. O no.