Martin, feliz primer cumpleaños

En el primer cumpleaños de Martín, el miembro más joven de nuestra pequeña iglesia doméstica.

365 días creciendo con cada asombro y asombrándonos para hacernos crecer con tu mirada de ojos muy abiertos.

365 días enlazando el corazón con los lazos de la sangre y de la Sangre, descubriendo palabras, atendiendo abrazos, regalando manos, recreando la familia de cuatro y la familia sin fin.

365 días esperados y queridos uno a uno, en las horas de desvelo y las horas de sonrisa, en las fuerzas que no llegan y en las que no se sabe de donde salen pero salen, en lo sueños de tu futuro y en los recuerdos de cada segundo que se va.

365 días que borraron las sombras de aquellos meses anteriores, renaciendo en cada primera vez del primer corte de pelo, el primer paso, la primera palabra tuya y la primera de todos, la primera papilla, el primer mar, el primer susto, la primera mirada a tus hermanos, el primer algo de cada primer día con el que aprendes que cada día es siempre el primero hasta que llegue ese Primero que será eterno.

365 días, en fin, que suman 1 año que de aquí nada será un año y un día, y otro, y otro, y todos los que sean y no acabarán porque nunca acabarán los juegos y las aventuras en Nunca Jamás mientras Peter se niegue a crecer, Wendi cuente los cuentos de las mamás, y todo niño perdido sea acogido en los brazos -y los Brazos- crucificados del amor que nada ni nadie puede matar.

365 días. Tus 365 días, Martín. Un año. Tu año. El año que nos has regalado para que sea nuestro. Feliz cumpleaños, Martín.

Educación. ¿En qué? ¿Pa’qué? ¿Pa’quién?

La buena gente de la JOC (Juventud Obrera Cristiana) ha lanzado su Campaña 2012-2013 con un más que sugerente tema: «Educación. ¿En qué? ¿Pa’qué? ¿Pa’quién?«.

Y merece muy mucho la pena la canción y el vídeo de la campaña, obra de Pedro Pastor Guerra, con la grabación y producción de Ciudadano Kamikaze.

Naces y tu primera asignación es estudiar, en sus escuelas
Creces, y sin mostrar resignación te encauzas en su vereda.
Vacía de sensaciones, sin tiempo para canciones
Rebaño inocente entrando en la boca del lobo.

El futuro asegurado, prometían.
Esta es la única vía,
y murió con dos carreras y sin comida.
Un futuro sin trabajo, la generación perdida
¿Dónde queda, donde queda, la enseñanza obligatoria y gratuita?

Un futuro sin presente,
un presente que te priva,
que te excluye, que te aparta, que te aleja,
que te olvida.

LEVÁNTATE, QUE NO TE ENGAÑEN
EL FUTURO ESTÁ EN NUESTRAS MANOS
AÚN TENEMOS SIETE VIDAS POR DELANTE
QUE NO TE ENGAÑEN, QUE NO TE ENGAÑEN.

LEVÁNTATE, SAL A LA CALLE
EL FUTURO ESTÁ EN NUESTRAS MANOS
AÚN NOS QUEDAN SIETE VIDAS POR DELANTE
QUE NO TE ENGAÑEN HERMANO.

Alisaron el terreno desde arriba,
Y dejaron el sistema en carne viva,
Ajustaron más las tuercas, sus medidas,
Nos llevan a una calle sin salida.

No queremos más recortes en la pública,
Ni Educación que mercantiliza
al obrero, al «parao», al inmigrante,
al que más la necesita.

LEVÁNTATE, QUE NO TE ENGAÑEN
EL FUTURO ESTÁ EN NUESTRAS MANOS
AÚN TENEMOS 7 VIDAS POR DELANTE
QUE NO TE ENGAÑEN, QUE NO TE ENGAÑEN.

ORGANÍZATE Y ÉCHALE UN CABLE
AL QUE VEAS QUE AÚN SIN NADA
TIENE GANAS DE REIVINDICARSE
ABRE LOS OJOS, QUE NO TE ENGAÑEN (BIS).

EDUACACIÓN: EN QUÉ? PA’ QUÉ? PA’ QUIÉN? (BIS)
– sin distinciones sexuales, sin distinciones raciales.
EDUACACIÓN: EN QUÉ? PA’ QUÉ? PA’ QUIÉN?
– que somos personas, no animales.
EDUACACIÓN: EN QUÉ? PA’ QUÉ? PA’ QUIÉN?
– nativa y extranjera, la misma clase obrera.
EDUACACIÓN: EN QUÉ? PA’ QUÉ? PA’ QUIÉN?
– para todo el que la quiera.
EDUACACIÓN: EN QUÉ? PA’ QUÉ? PA’ QUIÉN?
– da igual de que clase provenga
(sinWert-güenza, sinWert-güenza).
EDUACACIÓN: EN QUÉ? PA’ QUÉ? PA’ QUIÉN?
– que ésta no hay quien la comprenda.
EDUACACIÓN: EN QUÉ? PA’ QUÉ? PA’ QUIÉN?
– por, y para el pueblo.
EDUACACIÓN: EN QUÉ? PA’ QUÉ? PA’ QUIÉN?
– pública, y de calidad, por favor.
EDUACACIÓN: EN QUÉ? PA’ QUÉ? PA’ QUIÉN?

EDUACACIÓN: EN QUÉ? PA’ QUÉ? Y PA’ QUIÉN? (BIS)
– para TODOS.

La habitación del hijo

La habitación del hijo

© Arturo Pérez Reverte
Publicado originalmente en el nº 1138 del suplemento «XL Semanal», de 16-22 de agosto de 2009. Posteriormente en Arturo PÉREZ REVERTE, Cuando éramos honrados mercenarios. Artículos 2005-2009 (Madrid 2009), págs. 602-604.

Lo conoce mejor que a ella misma. O creía conocerlo, porque el joven silencioso y reservado que ahora vive en la casa le parece, en ocasiones, un extraño. El niño dejó de serlo hace tiempo. A veces, cuando está fuera, la madre se queda un rato en su habitación, callada, mirando los objetos, los libros –ella compró los primeros y los puso allí, soñando con el lector que alguna vez sería–, las fotos de amigos, de chicas. Las medallas que ganó en el colegio, tenaz, esforzado. Valiente como ella procuró enseñarle a ser. Con el ejemplo del padre: un buen hombre que nunca dice tres frases seguidas, pero que jamás faltó a su deber, ni hizo nada que no fuera honrado. Que educó al hijo con más ejemplos que palabras.

Inmóvil en la habitación, aspira su olor. Desde hace mucho es seco, masculino. Distinto del que tanto añora: aroma de cuerpecito menudo en pijama, olorcillo a carne tibia, casi a fiebre. A bebé y niño pequeño, que con el tiempo se desvanece y no regresa nunca. El crío que aparecía en la cama a medianoche con las mejillas húmedas, después de una pesadilla, para refugiarse a su lado, entre las sábanas. Quizá algún día recupere ese olor con un nieto, o una nieta. Con otro cuerpecito al que estrechar entre los brazos. Ojalá no esté demasiado mayor para entonces, piensa. Que aún tenga fuerza y salud para ocuparse de él, o de ella. Para disfrutarlos.

Libros. Hay muchos en la habitación, y jalonan veinticinco años de una vida. Infantiles, aventuras, viajes, textos escolares, materias universitarias, novela, ensayo, arte, historia. Desde niño, leyéndole cuentos e historietas, orientándolo con cautela, ella fue transmitiéndole el amor por la palabra escrita. La puerta maravillosa a mundos y vidas que acaban por multiplicar la propia: aspiraciones, sueños, anhelos cuajados en largas horas de lectura y templados en la imaginación. La intensidad de una mirada joven que explora el mundo en el descubrimiento de sí misma. Estos libros llevaron al muchacho a reconocerse entre los demás, a moverse con seguridad por el territorio exterior, a descubrir y planear un futuro. A estudiar una carrera bella y poco práctica, relacionada con la lengua, el pasado, el arte y la historia. A licenciarse en sueños maravillosos. En cultura y memoria.

Ahora ella, inquieta, se pregunta si hizo bien. Si la lucidez que estos libros dieron a su hijo no sirve más bien para atormentarlo. Lo sospecha al verlo salir de casa para entrevistas de trabajo de las que siempre vuelve hosco, derrotado. Cuando lo ve teclear en el ordenador buscando un resquicio imposible por donde introducirse y empezar una vida propia: la que soñó. Cuando lo ve callado, ausente, abrumado por el rechazo, la impotencia, la falta de esperanza que pronto sustituye, en su generación, a las ilusiones iniciales. Recuerda a los amigos que empezaron juntos la carrera animándose entre sí, dispuestos a comerse el mundo, a vivir lo que libros y juventud anunciaban gozosos. Cómo fueron desertando uno tras otro, desmotivados, hartos de profesores incompetentes o egoístas, de un sistema académico absurdo, injusto, estancado en sí mismo. De una universidad ajena a la realidad práctica, convertida en taifas de vanidades, incompetencia y desvergüenza. Pese a todo, su hijo aguantó hasta el final. Fue de los pocos: acabó los estudios. Licenciado en tal o cual. Un título. Una expectativa fugaz. Luego vino el choque con la realidad. La ausencia absoluta de oportunidades. El peregrinaje agotador en busca de trabajo. Los cientos de currículum enviados, el esfuerzo continuo e inútil. Y al fin, la resignación inevitable. El silencio. Tantas horas, días, años, de esfuerzo sin sentido. La urgencia de aferrarse a cualquier cosa. Hace una semana, cuando llenaba el formulario para solicitar un trabajo de dependiente en una tienda de ropa de marca, el consejo desolador de un amigo: «No pongas que tienes título universitario. Nadie emplea a gente que pueda causarle problemas».

Tocando los libros en sus estantes, la madre se pregunta si fue ella quien se equivocó. Si no tendría razón su marido al sostener que no está el mundo para chicos con sueños en la cabeza y libros bajo el brazo. Si al pretenderlo culto y lúcido no lo hizo diferente, vulnerable. Expuesto a la infelicidad, la barbarie, el frío intenso que hace afuera. Es entonces cuando, abriendo un libro al azar, encuentra unas líneas subrayadas –a lápiz y no con bolígrafo ni marcador, ella siempre insistió en eso desde que él era pequeño–: «En el mar puedes hacerlo todo bien, según las reglas, y aun así el mar te matará. Pero si eres buen marino, al menos sabrás dónde te encuentras en el momento de morir».

Se queda un instante con el libro abierto, pensativa. Releyendo esas líneas. Después lo cierra despacio, devolviéndolo a su lugar. Y sonríe mientras lo hace. Una sonrisa pensativa. Dulce. Tal vez no se equivocó por completo, concluye. O no tanto como cree. Puede que él forjara sus propias armas para sobrevivir, después de todo. Quizá mereció la pena.

Oye, chaval

Oye, chaval

© Arturo Pérez Reverte. Publicado originalmente en «El Semanal» (actualmente XL Semanal) del 10 de octubre de 1999. Posteriormente en Arturo PÉREZ REVERTE, Con ánimo de ofender (Madrid 2001), págs. 197-199.

Oye, chaval. Me dice tu hermana que estás cada vez más para allá, y que has perdido el curso, cacho cabrón. Y que encima te estás metiendo de todo. Y digo todo, colega. Alcohol y pastillas, y pastillas y alcohol, y dos paquetes diarios de tabaco a tus diecinueve tacos. Y que has dejado a tu novia, o en realidad es ella la que te ha dejado porque no te aguanta. Y que vuelves a las tantas saltándote semáforos en rojo con una castaña que te cagas, y que las broncas con tu viejo son de órdago, y que pasas de todo. Que pasas de verdad, con ojos de estar allí lejos sin la menor intención de darte de nuevo una vuelta por aquí en el resto de tu puta vida. Suponiendo, dice tu hermana, que te quede mucha puta vida por delante.

Dice que te diga algo, que me lees los domingos y me haces caso. No sé en qué carajo podrías hacerme caso tú a mí; pero si lo dice ella, que es la Bambi de la familia, sus motivos tendrá. En fin. Que te diga algo, escribe la pava, como si yo fuera la virgen de Lourdes. Y no sé qué decirte, la verdad. De finales felices me creo lo justo. Y la última varita mágica que vi la tenía clavada en el coño un hada a la que violaron en Sarajevo. No sé sí me explico.

Pero en fin. Me sentiría raro si hoy no te dedicara esta página. No por ti, que no te conozco, sino por la Bambi. Se quedaría decepcionada y a lo mejor ya no se leía más novelas mías, ni soñaba con ligarse al padre Quart o a Lucas Corso. Así que mira, voy a decirte algo. Voy a decirte que acabo de apuntar que no te conozco, pero es mentira. No es difícil conocerte si uno mira alrededor y se fija en el país en el que vives, y la tele que ves, y los perros que planifican tu vida y tu futuro, y los políticos a los que votan tu padre y tu madre. No es difícil si uno piensa en esa empresa donde estuviste trabajando este verano, y en el trabajo donde explotan a tu ex novia, y en la desesperación de tus amigos. No es difícil y me hago cargo, te lo juro. Esto es una mierda, y la palabra futuro es como para colgársela de los huevos. ¿Ves como en realidad sí te conozco?

Hay, sin embargo, algo que puedo decirte. Estás aquí, en el mundo que te ha tocado. Sería estupendo que hubiera revoluciones por hacer y sueños por alcanzar, cosas que te pusieran caliente y con ganas de echarte a la calle. Pero sabes, o lo intuyes, que todas las revoluciones se hicieron, y una vez hechas se las apropiaron los de siempre. Que los buenos se quedan afuera, bajo la lluvia, y que esta película la ganan siempre los malos. Sé todo eso porque lo he visto, tío. Lo he visto en todas las lenguas y colores. Lo he visto allí y lo veo aquí. Y sé que las grandes aventuras colectivas, la solidaridad, los mecheritos, yupi, yupi, todo eso se fue a tomar por saco hace mucho tiempo.Oye chaval. Arturo Pèrez Reverte

Pero quedan cosas, te doy mi palabra. Cuando ya no son posibles los héroes solidarios, llega la vez de los héroes solitarios. A lo mejor, ahora que han muerto los dioses y los héroes con mayúscula, la salvación está en el heroísmo con minúscula. En el peón de ajedrez olvidado en un rincón del tablero que mira alrededor y ve al rey corrupto, a la reina hecha una zorra, al caballo de cartón y a la torre inmóvil, haciendo dinero. Pero el peón está allí de pie, en su frágil casilla. Y esa casilla se convierte de pronto en una razón para luchar, en una trinchera para resistir y abrigarse del frío que hace afuera. Esta es mi casilla, aquí estoy, aquí lucho. Aquí muero. Las armas dependen de cada uno: amigos fieles, una mujer a la que amas, un sueño personal, una causa, un libro… Cómo reconforta, colega, mirar a un lado y ver en otra casilla a otro peón tan solo y asqueado como tú, pero que se mantiene erguido y, tal vez, tiene un libro en las manos. Hay aventuras maravillosas, vidas riquísimas, sueños increíbles que empezaron de la forma más tonta, con sólo pasar la primera página de un libro.

Ya sé que no es gran cosa, colega. No soluciona nada, y lo único que te permite es comprender. Pero eso no está nada mal. Me refiero a comprender que nacemos, vivimos y morimos en un mundo absurdo, que a lo más que podemos aspirar es a asumirlo mirándolo de frente, con el orgullo de quien se sabe peleando solo, hasta el final, solidario con aquellos otros peones que, como tú, libran su pequeña y pobre batalla en casillas olvidadas. Y al final descubres que no es tan grave. Los hombres vagan perdidos hace miles de años, y siempre fue la misma historia. Lo único que los diferencia es cómo viven y cómo mueren.