Ayer fue el funeral de mi padre (el segundo, el que hicimos en la parroquia de su barrio). Y, en cuanto se acabó todo y se despidieron los amigos y se pasó el acelerón, todo volvió a ser negro, y el dragón volvió a mirarme fijo y a impedirme casi hasta respirar poniéndome la pata encima (los que sepan de depresión entenderán lo que quiero decir; los que no, no sabría explicárselo; y, en cualquier caso, nunca sé si escribo para mí o para otros).
Esta mañana, cuando me desperté, en Madrid estaba nevando. Y entonces supe que –entre el temblor y la nada- quería y podía hacer lo que tantas veces he querido y podido hacer: coger el coche e irme a la sierra, a Guadarrama, a “la montaña”. Y hacer las carreteras de siempre: entrar por Villalba, subir hasta el puerto de Navacerrada, seguir al de Cotos, bajar hasta Rascafría y subir al puerto de la Morcuera, para bajar a Miraflores y regresar a Madrid (ahora toca pedir disculpas a los que no conozcan Guadarrama).
Eran las 7 cuando me he metido en el coche. He puesto la radio. En el Carrefour de Las Rozas he parado a desayunar y, de paso, a comprar cadenas (no es que fueran a hacer falta, pero tarde o temprano tenía que comprarlas). Y, comprándolas, he visto un CD de “Celtas Cortos” recogiendo un directo suyo en Valladolid (“Nos vemos en los bares”, del 97). Ya tenía casi todas las canciones, pero siempre están bien los directos, y, además, yo a Celtas le paso lo que sea.
No he sabido bien por qué lo compraba. Y ese no saber por qué ya me tenía que haber dicho que la magia estaba haciendo una de sus jugadas. Pero eso lo he descubierto más tarde.
He llegado a la altura de “La Fonda Real”. Ese restaurante es la última salida que hizo mi padre, estas navidades pasadas, conmigo, mi hermano, mi cuñada y mi sobrina. Y es bastantes más cosas. Y, entre ellas, para mí es el lugar donde empieza la subida al puerto de Navacerrada, donde ya me siento en la montaña. He parado. Y, sin pensarlo, he puesto el CD de Celtas.
Y he arrancado. Y he empezado a subir. Y entrado en la montaña, en mi vieja Guadarrama. Y la primera canción del CD era esta (y ahora toca pedir disculpas a los que no sean capaces de poner música a estas letras):
Nacimos hace unos años en Pucela capital,
nos llamamos Celtas Cortos y empezamos a tocar.
Comenzó con mucho esfuerzo, siguió a base de currar,
si no acaba con nosotros daremos mucho que hablar.
Juntamos algún dinero pa vivir con dignidad,
nunca nos fueron los lujos, somos gente muy normal.
Conocemos mucha peña día y noche, sin parar;
entre tanto, algún amigo se nos ha quedao pa tras.
Y hasta hoy hemos llegado con ganas de luchar,
con ganas de ser mejores y cambiar la realidad.
Mantenemos ilusiones que no nos podrán parar,
los amigos, los amores, las ganas de disfrutar.
Seguiremos insistiendo en que el mundo hay que cambiar,
si siguen así las cosas la Tierra va a reventar.
Seguiremos haciendo amigos, enemigos siempre habrá;
para todos hay un sitio: el concierto va a empezar.
No. No nos podrán parar:
somos Celtas Cortos con ganas de luchar.
No. No nos podrán parar:
respirar es igual que tocar.
No. No nos podrán parar:
no solemos mirar hacia atrás.
No. No nos podrán parar:
vuestra fuerza nos hará caminar.
Y vinieron las lágrimas, claro. Y seguí camino, y paré un rato a tirar alguna foto aquí y allá. Y el CD siguió sonando. Y en el camino entre el puerto de Navacerrada y el de Cotos, con Castilla a mi izquierda tras el vértido de Valsaín, las laderas despeñadas de Bola a mi derecha, y enfrente la cima preñada de Dos Hermanas y el picachón de Peñalara, llegó otra canción:
20 de abril del 90.
Hola chata, ¿como estás?
¿Te sorprende que te escriba?
Tanto tiempo es normal.
Pues es que estaba aquí solo,
me había puesto a recordar,
me entro la melancolía,
y te tenia que hablar.
¿Recuerdas aquella noche en la cabaña del Turmo?
Las risas que nos hacíamos antes todos juntos.
Hoy no queda casi nadie de los de antes.
Y los que hay han cambiado, han cambiado… ¡Sí!
Pero bueno, ¿tu que tal? di.
Lo mismo hasta tienes críos.
¿Que tal te va con el tío ese?
Espero sea divertido.
Yo, la verdad, como siempre,
sigo currando en lo mismo,
la música no me cansa,
pero me encuentro vacío.
¿Recuerdas aquella noche en la cabaña del Turmo?
Las risas que nos hacíamos antes todos juntos.
Hoy no queda casi nadie de los de antes.
Y los que hay han cambiado, han cambiado… ¡Sí!
Bueno, pues ya me despido,
si te mola me contestas,
espero que mis palabras,
desordenen tu conciencia.
Pues nada chica, lo dicho:
hasta pronto si nos vemos.
yo sigo con mis canciones,
y tú sigues con tus sueños.
¿Recuerdas aquella noche en la cabaña del Turmo?
Las risas que nos hacíamos antes todos juntos.
Hoy no queda casi nadie de los de antes.
Y los que hay han cambiado, han cambiado… ¡Sí!
Y tuve que parar. Y seguir sin entender nada. En menos de cinco años perdí, primero, a mi madre, y luego, a mi padre. Y también la salud.
Y quizá sea el dragón o quizá sea la realidad (¿el dragón no es real?), quién sabe, pero en ese tiempo pareciera (¿u ocurrió?) que perdí a (casi) todos mis amigos y buena parte de mis sueños (podíamos haber sido felices, pero se quedó sólo en quererlo). Malos tiempos estos.
Y bajando hacia Rascafría (y, como en todos estos lugares, viendo en cada lugar y cada ráfaga de aire cien fantasmas, cien presencias, cien pudieron ser que uno u otros no quisieron que fueran), sonaba “Hacha de guerra”, que no tiene letra, pero que quien la conozca entenderá por qué me volvió a llenar de lágrimas.
Subí la Morcuera, rodeado de la nieve en medio del bosque. Y, casi al final, tras esos estremecedores llanos de la Morcuera, blancos y crudos, y jjusto tras coronar el puerto, cuando el morro del coche empezó a apuntar hacia abajo y los ojos se me preparaban para contemplar –allá al fondo, abajo- la llanada, apareció la niebla.
Apareció la niebla de golpe, cubriendo toda la ladera sur de Morcuera. No se veía nada. Frenar rápido, bajar la velocidad, rodar recordando las traicioneras curvas de este puerto. Y, de pronto, el CD que continúa diciendo lo que quiere decir:
A veces llega un momento en que
te haces viejo de repente,
sin arrugas en la frente
pero con ganas de morir.
Paseando por las calles
todo tiene igual color.
Siento que algo hecho en falta,
no se si será el amor.
Me despierto por la noches
entre una gran confusión,
es tal la melancolía
que está acabando conmigo.
Siento que me vuelvo loco
y me sumerjo en el alcohol,
las estrellas por la noche
han perdido su esplendor.
A veces llega un momento en que
te haces viejo de repente,
sin arrugas en la frente
pero con ganas de morir.
Paseando por las calles
todo tiene igual color.
Siento que algo hecho en falta,
no se si será el amor.
He buscado en los desiertos
de la tierra del dolor,
y no he hallado más respuesta
que espejismos de ilusión;
he hablado con las montañas
de la desesperación,
y su respuesta era sólo
el eco sordo de mi voz.
A veces llega un momento en que
te haces viejo de repente,
sin arrugas en la frente
pero con ganas de morir.
Paseando por las calles
todo tiene igual color.
Siento que algo hecho en falta,
no se si será el amor.
Lágrimas. Más lágrimas. No hay quién escriba sobre las lágrimas. Por eso sólo las digo y vale.
Ya de vuelta a Madrid, pasado Soto del Real, ha sonado la última canción del CD: “Cuéntame un cuento, y verás que contento me voy a la cama y tengo lindos sueños”. El cielo era menos gris, y en algunos puntos como que quería salir el sol. Cuéntame un cuento.
Hoy he tenido una mala mañana. O no.