S. Salvador de Cantamuda, 7 de febrero de 1992
Querida Julia:
Si estás leyendo esto, si son tus ojos los que recorren estas líneas y son tus manos las que sostienen este viejo cuaderno[1], significa que habrá pasado mucho tiempo desde que esta carta se escribió.
Significará también que ya sabrás que yo, tu tío, me decido a escribir, además de a otras muchas cosas igual de raras y de poco frecuentes.
Significará, en fin, que habrás celebrado muchos sietes de febrero recordando aquél de 1992 en que tú naciste y en que yo te escribo esta carta.
Quizá de niña hayas leído ya alguno de mis cuentos. Pero esta carta tardarás en leerla. Porque para entenderla tendrás que haber recorrido ya muchos de los caminos de este planeta, y tendrás que haber conocido mucho de lo mejor y algo de lo peor que tenemos esos asombrosos personajes que somos los seres humanos.
Cuando me he enterado hoy de que has nacido, inmediatamente cerré los ojos y entré en ese lugar que tenemos todos en lo más profundo, y del que salen los mejores amores y también las más esquinadas amarguras. Entré ahí, en lo hondo, porque es ahí donde nacen también los cuentos. Y yo quería escribirte un cuento hoy, el día que has nacido, el día en que -por vez primera- tus padres han podido mirar, acariciar y besar un largo sueño de nueve meses.
Quería escribirte un cuento. Incluso pensaba escribirte uno en que tú fueras la protagonista. Tus padres, en forma de gatos, fueron los actores de una pequeña leyenda que les escribí. Un amigo mío es un lobo en una historia que me salió algo triste. Y mis padres, tus abuelos Enrique y Loreto, han adoptado las más diversas formas en la larga Poesía del Dar y el Recibir que ha sido y es nuestra vida.
Pero, cuando me he puesto a la tarea, me he dado cuenta de que no voy a ser capaz de escribirte un cuento. Más adelante quizá, pero hoy no. ¿Qué cuento te podría escribir hoy? Todos se quedarían demasiado cortos para decirte cómo es el lugar de mi corazón donde has entrado y te has quedado, como si fueras de ahí de toda la vida.
¿Qué cuento, Julia, te podría inventar hoy? ¿El de «La Estrella que tenía sueño»? ¿El de «El Delfín que montó un Tío-Vivo»? Quizá el de «La Puerta que sólo dejaba entrar», o aquél de «Los Ositos que buscaban el Mar», o aquél otro -un poco amargo- de «El Niño que descubrió la verdad». ¡Qué sé yo! Todos los cuentos que se me ocurren los estás tú contando ahora, y mucho mejor que yo, incluso mucho mejor de lo que volverás a contarlos en tu vida.
Hoy no puedo contarte un cuento. Del mismo modo que no se puede mirar directamente al sol, o intentar cantar en lo profundo del océano, o hacer un discurso cuando te miran los ojos del amado.
Es cierto que muchos escritores lo han hecho. Son muchos los que han puesto letra, verso o canción al nacimiento de un nuevo hombre o de una nueva mujer. Hasta es posible que tu madre te haya dicho, bajito y al oído, los versos que Juan Goytisolo compuso con tu nombre: «Palabras para Julia».
Pero yo no puedo hoy escribirte nada de eso. Y sólo puedo escribirte una carta. Es cierto que los cuentos son más bonitos que las cartas. Pero también es verdad que, cuando lees un cuento, siempre parece que se escribió hace mucho. Y una carta, en cambio, se lee una y otra vez como si se acabara de abrir.
Y además, Julia, quisiera que esta carta fuera algo especial. Algo especial porque, aunque tardarás en leerla, yo te la estoy escribiendo ahora, cuando ni siquiera te he visto todavía. Y cuando vaya a verte a Barcelona te la leeré. Porque sé que la escucharás. Porque sé que ahora, cuando aún no has empezado casi a crecer, es cuando puedes comprenderla, antes de que entres en ese largo sueño de la niñez en el que ya sólo te podrá leer cartas Peter Pan.
Por eso te escribo ahora esta carta, Julia. Cuando todavía estoy a tiempo de entrar en tu corazón, y dejar allí mi sueño para ti.
Mira, Julia: el cuadernillo que tienes entre tus manos está hecho con papel reciclado y ecológico. Y espero que, cuando leas esas dos palabrejas te preguntes por qué te digo esto. Porque eso será señal de que en tu presente, que es hoy mi futuro, el ser humano habremos aprendido a ser un latido más de la Vida que nos rodea en los árboles, los cielos, las montañas y las aguas. Será señal de que ya no estaremos empeñados en derrumbar la única Casa que tenemos desde el principio de los tiempos y que nos tiene que durar como Hogar hasta el final.
Por otra parte, esta carta está escrita en un ordenador oersonal, utilizando el procesador de textos más potente que tenemos hoy en día. Y si, cuando leas esto, ves normal la unión de Papel Ecológico y Alta Tecnología, significará que habremos aprendido a poner al servicio de las personas los conocimientos y las sabidurías, y no al revés.
Pero hay más cosas. Si esta carta llega hasta tus manos, significará que ha sido guardada por tus padres junto a tus primeras fotos, junto a aquél dibujo, y junto a la concha que cogiste en la playa. Y eso significará que de Juan, tu padre, y de Clara, tu madre, habrás aprendido qué es eso del Amor. En tus padres habrás visto el poder del Amor, y también su debilidad, su grandeza y su día a día, su seguridad y su temblor.
Esta carta, Julia, es también una herencia. Porque, mejor o peor escrita, esta carta te recuerda que en tus venas llevas sangre de escritores, de escultores, de músicos. Llevas la sangre que le hace a tu madre hacer esas fotos y a tu padre esos dibujos pequeñitos. Es verdad que también llevas sangre de nobles y de conquistadores. Pero espero que eso importe ya muy poco cuanto tú leas esto. Espero que, entonces, la Belleza valga más cara que las Armas, regalarse una flor sea lo normal cuando dos naciones se peleen, y -aunque no se sepan hacer ecuaciones de segundo grado- se puedan aprobar las Matemáticas recitando una poesía.
También te puedo decir hoy, cuando te escribo esta carta, que el periódico estaba lleno de noticias de gente muy importante y -poe lo que se ve- muy preocupada en cuarenta mil cosas. Pero que, entre todas las noticias de uno y otro lado, hay que reconocer que no salía tu nacimiento. Como dice Sabina (un cantante de mi época): «hoy amor, igual que ayer, como siempre, el diario no hablaba de ti ni de mí». Pero quizá también eso sea distinto en el futuro, en tu presente. Quizá para entonces la primera página de los diarios sea que ha nacido una niña llamada Julia, o que a un anciano se le llenaron los ojos de lágrimas al mirar su foto de bodas, o que se vio por el parque a un niño riendo no se sabe de qué, o que una golondrina se posó en mi ventana.
Y si no es así, Julia, si los periódicos siguen destacando en titulares el discurso de aquél político contra el gobierno o la enésima conferencia de paz del Oriente Medio, entonces escribe tú tus propias noticias. En la portada de este cuaderno te dejo lo suficiente para que lo hagas: unos lápices de colores, porque hay cosas que quedan mejor escritas en el arco iris; un bocadillo de queso, que no hace falta más para que el cuerpo responda al mandato del alma; y un cuaderno abierto, siempre abierto, para que quepa tanto gozo. También hay dos pequeños lápices juntando sus naricillas. Pero, por la edad que tendrás cuando leas esto, estarás muy cerca de comprender eso por ti misma.
Tampoco te quiero engañar, Julia. Si te fijas en la portada de esta carta, también verás algunas hojas rotas, que se han perdido de los cuadernos en que vivían. Lo único que te pido es que, aunque sean viejas y feas y parezca que ya no te sirven para nada, no las tires a la papelera. Todo ser humano tiene que, tarde o temprano, hacerse una pregunta que no tiene respuesta: la pregunta sobre el dolor. No sabemos por qué hay sufrimiento, por qué la mayoría de la humanidad muere injustamente, por qué hay tan pocos sentados a la mesa del bienestar, por qué ir por la vida con los brazos abiertos sirve para que te abracen pero también para que te abofeteen. No sabemos nada de todo eso. Y cuando yo te escribo esta carta, lo peor es que cada vez huimos más de esa pregunta. Y acallamos los gritos de los que sufren con mil ruidos, mil carreras, mil objetos, y -en el fondo- mil huidas.
Algunos, aunque tampoco tenemos la explicación última de las llagas del hombre, intuimos que la respuesta está en que esas llagas sean la herida siempre abierta de Jesús de Nazaret. Una herida que, algunos, creemos se ha convertido en el triunfo final de la Vida sobre todo llanto, sobre todo luto y sobre toda muerte. Yo estoy entre esos algunos. Y te lo tenía que decir porque no habría sido honrado callármelo. Pero también sé que, aun antes de que yo te lo haya dicho, ese Jesús habrá llegado ya a ti, te habrá llamado por tu nombre y se habrá sentado a tu vera. Que tú le veas o no es posible que, después de todo, no sea tan importante. A fin de cuentas, si es verdad lo que creo, todo lleva su nombre: unos le llaman Dios y a otros se le llenan los ojos de lágrimas.
En cualquier caso, Julia, la verdad es que ni siquiera puedo garantizarte que esta carta te llegue. Ninguno de los habitantes de este planeta, con todo nuestro poder y con toda nuestra ciencia, somos quienes para asegurar cómo es el camino ni siquiera unos pocos metros más allá de donde estamos. Yo no puedo saber si esta carta se la comerá un gato, o si se perderá en una mudanza, o si desaparecerá misteriosamente sin que nadie sepa dónde está (con los años que tienes, ya habrás descubierto que las casas son mágicas, y que hay cosas que se volatilizan del sitio donde se dejaron).
Tampoco puedo saber si, cuando tengas edad para leer estas líneas, lo harás; o si te dormirás en el primer renglón, o si te llamará el novio en ese momento, o si te habrás ido a vivir a la Polinesia, o si habrás llegado a la conclusión de que tu tío es un tanto estrafalario y esta carta es una tontería (lo primero es verdad, lo segundo no).
Porque no puedo saber hoy cuál va a ser tu camino; porque no hay poder humano o divino que pueda predestinar los senderos de tu corazón; porque se nos puede quitar la libertad de las manos pero no la del espíritu; porque como dice Serrat (otro cantante de mi época, pero de tu tierra) nada ni nadie puede impedir que sufras, que las agujas avancen en el reloj, que decidas por ti misma, que te equivoques, que cambies y que -un día- nos digas adiós… por todo eso, Julia, déjame confiarte un secreto: es igual que leas esta carta o que no la leas.
Es igual porque esta carta tampoco es mía. Esta carta es hija de las miles de cartas que yo he recibido en la vida. Las miles de cartas que he recibido yo, y tu padre, y tu madre, y todos los que -entre esperanzas y angustias- corremos la carrera que nos ha tocado en el estadio cósmico de la historia. Y no sé si leerás esta carta, pero sí sé que recibirás todas esas otras.
Tú también cruzarás el espejo con Alicia, y viajarás por los planetas con el Principito, y recibirás los tres regalos buenos y el regalo malo de la Bella Durmiente. Tú tendrás la suerte de ser de esos pocos elegidos que tuvimos por tío a Jacinto, por compañero a Akela, y por horizonte a Moby Dick. Tú, Julia, por la familia que tienes, por el lugar y el año en que has nacido, podrás volar en la bandada de Juan Salvador Gaviota, y podrás escoger entre el Poder y la Gloria, y viajarás -ojalá así lo quieras- hacia la segunda estrela a la derecha y, luego, todo recto hasta el amanecer.
Acuérdate siempre de esto, Julia: cuando la vida te sonría y el pecho se te llene de gozos, mira a tu alrededor y descubrirás a un pequeño Hobbit, o a un Niño que viaja de los Apeninos a los Andes, o la casa del Abuelo en la montaña; y en los momentos negros, por oscuro que sea el pozo, siempre podrás ver brillar la Estrella del Hada, la enseña de los Mosqueteros, o el monóculo de William Fogg.
Querida Julia: es ya muy tarde. La noche ha caído sobre estas montañas en que vivo. Desde mi ventana veo el robledal como una sombra que se mueve en muchas formas, al soplo de un suave viento. No hay luna. Has nacido en luna nueva, como queriendo que fuera tu carita lo más radiante en esta noche de febrero.
Ojalá muchas lunas distintas iluminen el cuento de tu vida. Ese cuento que tu tío no ha sabido escribirte. Ese cuento que irás entretejiendo con todos los cuentos de todas las épocas y de todos los niños.
Ese cuento que un día pondrá la palabra «fin». Pero que, como en todos los cuentos, seguro que será un final feliz.
Así te lo desea, y así lo pide al Dios de todos los hombres, tu tío
@Mochilados
[1] Este escrito se entregó encuadernado a los padres de Julia. Tenía, y tiene, una portada con algunos dibujos a los que se verá que va a hacer referencia el texto.
[autor: @Mochilados]
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Lo explico con detalle en esta entrada.