Recupero algo que escribí el pasado agosto. Estaba invitado a una profesión religiosa a la que, por razones varias, no podía acudir. Pero no quise que pasara el evento sin escribir a la interesada -y amiga- estas líneas. Aunque ya hace meses del tema, he recorsado este escrito hoy, que se celebra a Santa María Eugenia Milleret, fundadora de las religiosas donde se realizaba esta profesión.
Hola, Camino.
Como te decía en el whatsapp, siento no estar el 28 celebrando tu profesión por las razones que te explicaba.
Lo que sí es seguro es que ese día estaré ahí, aunque no físicamente. Como bien sabemos, el amor que nos une y por el que por ti, por mí, y por todos, se llegó a la sangre, es más fuerte que cualquier distancia. Y en ese amor, o mejor con mayúscula, Amor, en el que nos une no por amarnos nosotros, sino porque él nos amo primero, puedes contar de sobra con que te acompañaré en la Mesa grande de tu profesión.
No voy a empezar a darte la vara con lo que habrás oído y meditado cien veces: lo de que es un paso importantísimo en tu vida, lo de que vas a comprometerte por entero, y todo eso de la entrega radical, el seguir más de cerca, el unirse más íntimamente al Señor, etc. Ojo, no voy a decir nada de eso no porque no sea cierto o esté en desacuerdo (habría mucho que hablar, y no es el momento), sino porque, ademas de que no me corresponde a mí el decirle a la vida religiosa qué es (para eso ya está, principalmente aunque no solo, ella misma), pienso que todos esos debatibles asuntos no son lo más importante del próximo día 28.
Y es que naturalmente que tiene importancia la decisión que vas a expresar, y naturalmente que en tu vida va a ser un momento crucial. Pero lo más importante no son tus votos, sino los votos que Dios hace contigo: los votos que hizo contigo y a tu favor desde el principio de los tiempos, los mismos votos que nada ni nadie impedirá que los siga haciendo por ti por los siglos eternos.
Y aunque es claro que sabes esto más que de sobra, conviene no olvidarlo. Tú vas a ser la «protagonista» de ese día, con todas las miradas y los afectos puestos en ti. Pero es bueno no despistarse y recordar que el protagonista auténtico es otro, es él, es aquél que empezó en ti la obra buena. Él es el auténtico protagonista porque mucho antes de que tú pensaras ni remotamente en ser religiosa en la comunidad de la Asunción, él ya te había llamado por tu nombre. Cuando pronuncies tus votos, él ya habrá vuelto a decir los suyos: te amo, te amo no por ti sino porque quiero amarte, me comprometo contigo en alianza sellada con la sangre del Cordero, hago votos de que tú y las tuyas y los tuyos seáis mi pueblo y yo vuestro Dios. Por ti -por ti, Camino-, hago voto de pobreza ofreciéndote el despojarme de mi rango para tomar tu condición, tu carne y tus sueños, tus pasos y tu misma debilidad. Por ti hago voto de virginidad, consagrándome a ti con un corazón indiviso en el que nada ni nadie podrá separarte de mi amor, manifestado en el Ungido Jesús. Por ti, Camino, hago voto de obediencia, y someto mi reinar en el mundo a tus manos: lo que desates para que sea liberado a favor de ese Reino, desatado quedará; lo que no desates ni liberes, yo no lo haré, porque yo me pongo a tus pies en fidelidad a ti.
En el fondo, Camino, se trata de no olvidar -aunque en nuestra familia eclesial haya quien lo olvide- que el centro del famoso texto del Apocalipsis no es la nueva Jerusalén, engalanada como una novia y descendiendo del cielo para ser morada de Dios con los hombres, sino que el centro de esa Palabra es él, el que sentado en el trono habla con voz potente y re-vela y des-vela quién es ella, y re-vela y des-vela quién es la novia del próximo día 28 para pronunciar -pronunciar él, no tú- su palabra de consuelo, su palabra de ser el que acampa contigo y el que enjugará las lágrimas de todos los rostros, su palabra, en fin, de hacer -contigo, pero hacerlo él- el universo nuevo.
Que sea un gran día, Camino y gracias. Gracias por desarrollar lo más importante que ha pasado en tu vida (no, no es el ser religiosa, es tu bautismo). Gracias por reafirmar que sigues tras las huellas del que siempre va por delante, sumando tus pisadas a las de tantas y tantos -religiosas, laicos, con uno u otro carisma, con tal o cual ministerio, alegres y tristes, sabios e ignorantes, santos y pecadores…- que también van dejando sus huellas en el largo éxodo hacia la Tierra Nueva que encabezan esos y esas que viven en sombras de muerte y a los que que el Abba ha hecho los preferidos de sus entrañas de misericordia. Gracias por tus votos, Camino.
Un enorme abrazo y que Dios te bendiga.